F.TIBIEZAS DAGER
Pfizer
“Mientras más tiempo, esfuerzo y sacrificio invierta una población en producir medicamentos como si estos fueran mercancía, mayor será el subproducto, es decir, la falacia de que la sociedad tiene un suministro de salud encerrado del cual se puede extraer y comercializar”.
― Ivan Illich, Los límites de la medicina: Némesis médica: La expropiación de la salud.
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Actualmente la medicina sirve como un campo más donde evidenciar las alianzas que cada individuo mantiene con los estándares morales.
A través del tiempo, las disciplinas espirituales han establecido varios métodos relacionados con la disciplina corporal y el sacrificio. Las religiones abrahamicas favorecen el ayuno. Las religiones orientales incorporan el movimiento – el yoga, por ejemplo – dentro de sus métodos de rezo. Hasta hace relativamente poco, las instituciones religiosas no solo servían como una autoridad moral sino que también administraban el mando a la hora de gobernar, en la academia, la cultura, y a grande escala casi todos los aspectos cotidianos de la sociedad.
No hace falta recordar que el péndulo de autoridad ahora se ubica entre órganos estatales y corporaciones multinacionales. Estas dos dependen la una de la otra mediante una silenciosa relación simbiótica: las organizaciones políticas conciben las normas por las que un individuo debe vivir, y la empresa responde creando las herramientas y condiciones mediante las cuales uno debe vivir de acuerdo a dichos estándares.
Naturalmente esta oferta y demanda no suele alinearse con el comportamiento humano real*. Lo que genera una desconfianza generalizada hacia estas instituciones por parte de aquellos sujetos a dichos principios. Topándose con escepticismo y trabajando ante él, estos actores políticos operan en el presente innumerables tácticas para combatir la resistencia popular: Aspiraciones globalistas que alimentan el consumo excesivo, auto aislamiento cada vez mayor en la población masculina y el antagonismo hacia el prójimo y en el mismo hogar, a través de la paranoia orquestada por los medios alrededor a los virus creados por el hombre y la siempre creciente política identitaria. Métodos complicados de manipulación que constantemente dependen del sofoco ideológico. Pero incluso estos procesos no logran cimentar la fe de los subyugados de turno.
Un avistamiento:
La más reciente medicalización de la moral. En los early 2020s ser una persona correcta y deseable es continuar usando la mascarilla por consideración a los demás, ponerse el refuerzo de la vacuna para poder participar de la vida social y compartir en tus redes sociales las cinco mismas infografías sobre sanidad mental. Uno es bueno y por lo tanto “valioso” si cumple con los protocolos que establecen los poderes para compensar las formas drásticas en las que fallaron sus parámetros anteriores. Pero de manera más obvia, estas mismas normas terminan enalteciendo otras pulsiones, entre esas, el cohabitar el lugar de la autoridad para así poder descartar a todo aquel que decida permanecer en su otredad no progresista. En su verdad que se sostiene sobre pilares de escepticismo. En su plataforma conspiranoíca donde el eco le es recurso óptimo para constatar su permanencia.
El concepto de libertad individual (“libre albedrio”) Vs. el acosador deber con la comunidad reaviva aires de desencantos e invita a una urgencia de fuga que resultan en disgregación y abulia ante la idea de un estar juntos. Entonces, quizás, no solo ha sido la matona pandemia que acaba de pasar inoculando y reorganizando la tierra sino también la creciente ola de narcicismos digitalizados, simultáneamente proyectados y compulsivamente diagnosticados. Que resulta en que todos los que quieran seguir enunciándose desde el lugar de ciudadano deban comprometerse y priorizar los modos de operar de la seguridad y la asepsia. Participando de estas mediante la incorporación del monitoreo mutuo constante y su inevitable actuar hacia el penalizar.
Esta serie de dibujos explora las maniobras mediante los cuales se terminan de exaustar las herramientas de la “salud”, con las que se busca solidificar una lealtad popular que resulte en el cumplimiento de mandatos y enunciados. Dibujados sobre papel alineado con el logo de Pfizer de fondo, de los que suelen venir en cuadernos regalados por la empresa de biotecnología a médicos practicantes, Tibiezas se apropia de tanto el medio como del método de manipulación para subrayar la condición imperante que es la dependencia de la medicina moderna en instituciones impulsadas por incentivos financieros.
Pfizer, la omnipresente compañía farmacéutica, no solo representa el antídoto, sino que también trae consigo una cita a la severa devastación de la pandemia de COVID-19. Sin embargo, el uso del logotipo por parte de Tibiezas le pide al espectador que mire más allá de las vacunas y se fije en las innumerables formas en que las compañías farmacéuticas han hecho que la medicina pase de ser en un medio para sostener el cuerpo a ser la herramienta predilecta para resignificar un cuerpo mediante su reconstrucción y viceversa.
Como mujer trans, Tibiezas, se asume redundante y reflexiona el cuerpo no solo como un símbolo de lo que uno habita, sino ese todo que una es. Al entrelazar retratos de fracasos icónicos de la Big pharma (Justin Bieber, Tontín, Los niños vacunados) y retratos de los postulados como responsables del contagio social trans (Hunter Schaffer, Jazz Jennings y el influencer detransitioner “ShapeShifter”) con el logo de Pfizer, ella invita al espectador a cuestionar como nociones, tanto de moralidad y de individualismo están indisolublemente ligados a flujos problemáticos de capital. Quizás lo más fascinante de estos trabajos es que nos obliga a investigar esta relación entre el capital y la identidad con nuestra comprensión colectiva de la justicia y la responsabilidad comunitaria
Entre esos trazos azules de promesas de superación y delirio contemporáneo, el logo de Pfizer permanece como recordatorio de que las mismas instituciones que causan epidemias – como la crisis de los opiáceos en los Estados Unidos – terminan funcionando como salvadores en epidemias que ocurren de manera natural. ¿En un presente encarado por estrellas – ya no – adolescentes, desfiguradas y eunucos arrepentidos, urge preguntarse si la rentabilidad de las corporaciones responsables de mantener la salud pública e individual entran en conflicto con la rentabilidad de las corporaciones que confían en nuestra creencia colectiva de libertad individual?
Por ejemplo, ¿qué tipo de “verdades” establece una sociedad a la vez obesa y decidida a priorizar la salud pública? O ¿cómo honramos nuestra propia expresión -en este contexto, nuestro género- cuando está indisolublemente ligada a la deshumanización que exige la aceleración del capitalismo?
Según Tibiezas, estas improntas obligan al individuo a justificar cada acción individual, de manera precipitada entre lo que se siente verdadero para cada uno y lo que nuestras instituciones nos dicen que es verdad. Acumulando consideraciones simplificadas a través de hilos de Twitter y párrafos tipiados en historias de Instagram. Demostrando como nuestras lealtades se manifiestan cada vez más a través de señales visuales increíblemente superfluas sobre las cuales elaboramos nuestra moral y formas de operar.
Gillian Robin
F. Tibiezas Dager (1997)
Es una poeta y artista visual radicada en Lima. Actualmente su obra analiza las economías visuales del trauma y el tratamiento mediático de la justicia y la rehabilitación social. Es autora del poemario Encuentros homosexuales con Pancho Jaime (Recodo.sx, 2021).